Análisis de la escuela de hoy desde una perspectiva evolucionista (Esquema resumen) Laureano Castro y Miguel Ángel Castro
Los seres humanos somos organismos culturales. La selección natural moldeó durante cientos de miles de años nuestra estructura cognitiva para aprovechar los conocimientos que poseen nuestros congéneres. Cada ser humano no solo recibe los genes de sus progenitores, sino que hereda de ellos y de su entorno social una abultada y útil mochila de conocimientos, reglas y destrezas. Gracias a ello, los seres humanos somos capaces de generar un sistema de herencia cultural acumulativo en virtud del cual nuestra especie ha logrado extenderse por el planeta y conquistar ambientes muy diversos, a pesar de no disponer de adaptaciones especiales para sobrevivir en los mismos. La cultura se considera acumulativa cuando la información que se transmite es tan compleja que ningún individuo por sí solo, sin apoyarse en el aprendizaje social, sería capaz de desarrollarla. Es probable que el lector piense que esta complejidad es propia de las culturas humanas modernas, pero se equivoca. Las más ancestrales culturas humanas, como las propias de las bandas de cazadores recolectores, por primitivas que puedan parecernos, son complejísimos conjuntos de saberes adaptados a un determinado nicho ecológico, donde se incluyen habilidades tecnológicas, hábitos alimentarios, costumbres sociales, creencias religiosas, reglas morales, prohibiciones y prescripciones, rasgos identitarios, etc. La ventaja adaptativa que proporciona la acumulación cultural favoreció, a su vez, el desarrollo de cerebros provistos de destrezas imitativas de alta eficacia, muy por encima de las que encontramos en chimpancés, y de formas elementales de enseñanza de las que carecen los primates no humanos, basadas en la orientación parental del aprendizaje de las crías mediante la aprobación o la desaprobación de su conducta. También esto puede sorprender al lector. La enseñanza no existe, sensu estricto, en otras especies actuales, ni siquiera en las más próximas evolutivamente a nosotros. La capacidad para enseñar existe en nuestro linaje, probablemente, desde hace al menos un millón y medio de años, cuando especies como Homo erectus u Homo ergaster fueron capaces de fabricar las herramientas en bifaz, características de la tecnología lítica achelense. Cualquiera que intente reproducir esta técnica verá lo compleja que resulta. Se trata de un proceso de muy difícil ejecución, imposible de replicar sin disponer de algunas formas elementales de enseñanza -es decir, de señales aprobatorias o reprobatorias emitidas por adultos competentes al escoger el material lítico con el que trabajar, al sujetar las piedras con las manos, al seleccionar el punto donde golpear una piedra contra otra, etc. La enseñanza, tal y como ha evolucionado en nuestra especie, incide sobre dos aspectos claves de la transmisión cultural: qué comportamientos aprender (o rechazar) y cómo ejecutarlos con eficacia. Lo primero, permite controlar las conductas que deben evitar los jóvenes sin experimentar las consecuencias negativas de su aprendizaje, ya sea porque no tienen edad para reproducirlas sin riesgo -como despellejar una pieza de caza con una hoja afilada-, ya sea porque su curiosidad les incita a explorar conductas que son peligrosas de por sí -por ejemplo, comer algo venenoso.
Lo segundo, mejora la eficiencia en la replicación de las conductas que se imitan. Esta precisión resulta esencial para la acumulación cultural de tecnologías complejas, como, por ejemplo, el ya mencionado desarrollo de las industrias líticas en bifaz o la fabricación de un arco, por no hablar de nuestros avances tecnológicos acumulados durante cientos de años en cada disciplina, arte o industria. Tercero, la enseñanza facilita además la adopción y la repetición persistente de comportamientos cuya evaluación como favorable sólo es perceptible en el largo plazo. Así se transmite, por ejemplo, la necesidad de ciertas prácticas de higiene, como la limpieza bucal, cuya utilidad para la salud no es inmediata, o la necesidad de dejar en barbecho una tierra para mejorar su productividad. La enseñanza precisa para hacer posible este tipo de transmisión la reacción emocional de agrado o desagrado que suscita en los progenitores la conducta de sus hijos, lo que les induce a la emisión de señales de aprobación o reprobación hacia la misma que son procesadas por los niños como señales prescriptivas, esto es, como imperativos. Este proceso culmina cuando el niño aprendiz interpreta esas emociones que le genera la aprobación o el rechazo parental como una señal sobre el valor de su conducta -del mismo modo que evalúa positivamente y sin necesidad de señales sociales una conducta como restregarse contra la corteza de un árbol para aliviar su picor. Hemos denominado a esta forma de transmisión cultural aprendizaje assessor (assessor teaching or assessor learning) y a nuestros primeros antepasados capaces de aprendizaje assessor (probablemente un Homo erectus) le denominamos Homo suadens, del latín suadeo: aconsejar, recomendar. (Véase bibliografía final). El modo suadens: lo que se aprueba es bueno y lo que se reprueba es malo. La ventaja adaptativa de este elemental intercambio de información emocional asociado al desempeño de una conducta nos convierte en creyentes de aquello que nos enseñan y son precisamente estas creencias las responsables de los valores que se atribuyen a las cosas - objetos, acciones, técnicas, rituales, etc.- que conforman el mundo cultural de cada comunidad humana. ¿Qué lecciones se pueden extraer del papel que ha desempeñado la enseñanza en nuestra historia evolutiva? Destacaremos las siguientes. La enseñanza es un proceso esencial para la acumulación de saberes instrumentales. La enseñanza es necesaria para replicar con exactitud aquellos comportamientos, habilidades o destrezas que son fruto de un proceso de acumulación cultural y que, por su complejidad, son muy difíciles de imitar con eficacia. El énfasis del constructivismo en otorgar protagonismo al alumno en el aprendizaje debe matizarse y contextualizarse. La enseñanza es un proceso dirigido en el que el aprendiz se aprovecha del saber acumulado por generaciones. Cualquier performance constructivista en el aula que tenga por objeto el aprendizaje por descubrimiento, no deja de ser anecdótica cuando la observamos desde esta perspectiva. La enseñanza desempeña un papel decisivo para la integración en la sociedad. La enseñanza contribuye a la transmisión de aquellos saberes no instrumentales que configuran la idiosincrasia cultural de cualquier sociedad humana. Toda sociedad necesita de la enseñanza para constituirse como una comunidad cultural. Los inuit, los aborígenes australianos, los pueblos del Amazonas, pero también los españoles contemporáneos o los europeos
unionistas, necesitan de la enseñanza para construirse y pervivir como comunidad cultural. Educar es también, pues, una tarea política. La aprobación y la reprobación son claves en la enseñanza de todo tipo de conductas, sobre todo, en aquellas que, en ausencia de interacción social, no producen refuerzos. Precisamente la eficacia de la enseñanza depende en buena medida de las emociones que se ponen en juego. Aunque sea una obviedad, los premios y los castigos son necesarios para el aprendizaje, incluso si generan malestar en algunos individuos. La enseñanza solo puede transmitir eficazmente aquello que se comparte y se practica en la comunidad (social y educativa). La enseñanza necesita consenso para funcionar con eficacia. No hay modelo educativo que soporte la falta de acuerdo entre los actores involucrados: las administraciones, los docentes, las familias, las patronales empresariales, los sindicatos, la sociedad en general, etc. Probablemente, el ponerse de acuerdo sobre qué se quiere es un factor mucho más decisivo para obtener el éxito educativo que el modelo pedagógico que se practique. La enseñanza funciona gracias a nuestra predisposición evolucionada a tomar como verdadero, bueno o bello lo que se nos transmite como tal por aquellos que tienen ascendencia sobre nosotros y a transferir ese valor aprendido a las cosas mismas. Los seres humanos tenemos una gran facilidad para aprender aquello que nos enseñan, sin necesidad de cuestionarlo -al menos durante un amplio y decisivo intervalo de tiempo. Esto hace posible que, en todas las sociedades, junto a los saberes adaptativos, coexistan también un buen número de tradiciones que no aportan valor instrumental, pero que sí nutren de sentido el discurrir de las vidas humanas -incluso aunque atenten contra la razón o se sostengan sobre creencias arbitrarias, carentes de base empírica que las justifique. Sabemos que, más allá del ámbito lógico-matemático y del científico-tecnológico, una parte importante de las creencias que aprendemos podían ser otras y, al tiempo, que las percibimos como si fuesen verdades objetivas. Funcionamos como creyentes, aferrados a la verdad de nuestros conocimientos, valores y prácticas y, por ello, reacios a aceptar los argumentos de los que piensan diferente. Esta forma de trabajar de nuestra cognición es el peaje que pagamos por no partir de cero y aprovechar los conocimientos de los demás. La constatación de este hecho debería ser enseñada, sin que eso suponga, en ningún caso, la renuncia a mejorar el mundo de acuerdo con nuestras convicciones, pero sí el respeto a las personas educadas en tradiciones diferentes. Sabemos que toda propuesta ideológica entraña siempre unos principios que funcionan como axiomas y que dependen, en buena medida, de nuestras preferencias aprendidas. Por ello, todo debate con contenido ideológico, incluyendo el educativo, está obligado tanto a hacer explícitos esos principios de partida como a la búsqueda de un consenso sobre los mismos. Bibliografía propia sobre el tema Libros Castro L, Castro-Nogueira L, Castro-Nogueira MA (2016) ¿Quién teme a la naturaleza humana? Homo suadens y el bienestar en la cultura: biología evolutiva, metafísica y ciencias sociales. Second edn. Tecnos, Madrid
Artículos científicos Castro L, Toro MA (2004) The evolution of culture: from primate social learning to human culture. Proc Natl Acad Sci USA 101:10235-10240 Castro L, Toro MA (2014) Cumulative cultural evolution: The role of teaching. J Theor Biol 347:74–83 Castro L, Castro-Nogueira L, Castro-Nogueira MA, Toro MA (2010) Cultural transmission and social control of human behavior. Biol Philos 25:347-360 Castro L, Castro-Nogueira MA, Villarroel M, Toro MA (2019) The role of assessor teaching in human culture. Biol Theory 14:112–121 Castro, L., Castro-Nogueira, M. A., Villarroel, M., & Toro, M. A. (2021). Assessor teaching and the evolution of human morality. Biological Theory, 16, 5–15. https://doi.org/10.1007/s13752- 020-00362-7. Castro, L., Castro-Cañadilla, D., Castro Nogueira, M., Toro, M. (2022). Cumulative culture: the role of reinforcement. SN Social Sciences. 2. 10.1007/s43545-022-00456-y. |