AUKUS, una sigla
cargada por el Diablo
Rafael Fraguas
Las siglas las carga el Diablo. AUKUS, es la
que sella la reciente alianza económica-político-militar recientemente suscrita
entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Posee una impronta naval. Sitúa
el foco neo-imperial anglosajón en los océanos Índico y Pacífico.Y ello con
miras a vigilar, controlar y, si se tercia, hostigar a China, incluso en sus
propias aguas territoriales, en el mar que lleva su nombre.
Esta alianza parece albergar un alcance
inusitado. Tanto, como para poder ser considerada como una nueva Guerra Fría.
En la anterior, el componente sustancial era el ideológico, la confrontación
capitalismo-comunismo. Hoy, dentro de un contexto mundial casi plenamente
capitalista, el elemento conflictivo crucial se adivina que será étnico,
pretendidamente civilizacional: blancos contra amarillos, Occidente contra Oriente.
En la primera edición de la Guerra Fría, se
intentó hostigar de mil maneras entre brumas perpetuas y cercos asfixiantes al
socialismo denominado real; incluso a la socialdemocracia más comprometida. Y
se hizo ocultando los avances en bienestar y en términos de derechos y de
igualdad, respectivamente, que ambos modelos incorporaban. Del mismo modo, hoy,
la dinámica prebélica en ciernes exigirá a los tres aliados proyectar sobre
China la imagen del “enigma oriental indescifrable”, el miedo perpetuo a la
“maléfica y refinada sutileza” del Lejano Extremo Oriente; en suma, el rechazo
al “peligro amarillo”
frente a la ortodoxa sinceridad blanca,
en este caso, esgrimida en clave anglosajona. Los viejos prejuicios sinofóbicos
permanecían dormidos; ahora, bastará con agitarlos de nuevo y despertarlos para
disponer de la base emocional con la que conseguir la necesaria tensión de las
gentes que la hostilidad premeditada requiere.
Francia y Europa, desairadas
La alianza estadounidense-britano-australiana,
con un común denominador de cuño exclusivista anglosajón, nace con algunos
componentes conflictivos iniciales. En primer lugar, un monumental desaire político,
diplomático y económico contra Francia, por extensión a Europa, a la que
Australia ofende en ese pacto al rescindir un contrato milmillonario previo
para la construcción de submarinos convencionales -66.000 millones de dólares-
que a partir de ahora serán de propulsión nuclear y que fabricará Estados
Unidos.
De momento, París, en una decisión insólita,
ha llamado a sus embajadores en Washington y Canberra. Francia ha sido
principal aliada europea de Estados Unidos, desde que el general Lafayette trenzara,
siglos ha, acuerdos con los revolucionarios trasatlánticos enfrentados a la
Inglaterra imperial. Fuentes oficiales del Elíseo han considerado la medida
norteamericano-australiana como una verdadera “puñalada por la espalda”, por
las consecuencias que una rescisión contractual de esta envergadura tendrá
sobre la economía francesa y su bastidor laboral.
Se cree que los sumergibles serán del
tipo Virginia, de
propulsión nuclear capaces de albergar una decena larga de misiles aptos para
portar cabezas nucleares. Y eso que Oceanía, hasta ahora, era un continente
desnuclearizado pues Australia no pertenece, que se sepa, al club de las
potencias atómicas del que forman parte Estados Unidos, Rusia, China, Gran
Bretaña, Francia, Israel, India y Pakistán y, en ciernes, Corea del Norte.
Una vez más, por una concesión caprichosa a un
aliado austral y a su supuesto amiguito
del alma británico –ojo a Londres, si vuelve al dominio naval-
Washington se cisca en la legalidad internacional. Cabe, pues, señalar que el
AUKUS nace con otro pecado original, a saber, el de transgredir el Derecho
Internacional, pues, potencialmente, el pacto podría violar el Tratado de No
Proliferación de Armas Nucleares, al dotar a Australia de una capacidad de la
que hasta el momento carecía y nuclearizando potencialmente, por extensión,
todo el ámbito austral. Atención a los sucesos políticos que este pacto
acarreará en la zona: pensemos en Indonesia, la India, Pakistán y la cuenca del
Índico, más el dolorido, aún, Sureste asiático. Veremos que se propone esta
pacto respecto de Taiwan, que Pekín –más la Geografía y la Historia- consideran
china. Por otra parte, vamos a ver lo que tardan Argentina y Brasil en
postularse para integrar el inquietante club atómico.
Recordemos que las armas nucleares en
presencia, las existentes en los arsenales, tenían ya en los años 80 del pasado
siglo y tienen también ahora capacidad plena para sacar a la Tierra de su
órbita planetaria, en el caso de que sobreviniera un accidente de cierta
envergadura –sísmico, por ejemplo- en dichos almacenes. Con más fundamento aún,
un conflicto armado entre potencias nucleares consumaría la salida exorbital
aniquiladora de la estirpe humana en su conjunto. Esto lo saben desde siempre
los grandes decisores mundiales, que no hacen casi nada por detener la
proliferación.
Fangales premeditados
Resulta inquietante confirmar que el supuesto
equilibrio del terror logrado en la primera Guerra Fría, mediante la paridad
nuclear entre superpotencias atómicas, se vea ahora potencialmente hecho trizas
con este nuevo pacto, que numerosos observadores ven en una clave netamente
antieuropea. “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, reza el refrán. El
ninguneo anglosajón que el AUKUS implica hacia Francia, pivote sustancial de la
Unión Europea junto con Alemania, parece perseguir aventar ante el mundo, desde
la aún sacralizada Casa Blanca, la supuesta evidencia de que Europa resulta
irrelevante en el nuevo esquema que Washington y su potente complejo
militar-industrial, que es quien guía sus pasos, tratan de imponer ahora sobre
la geopolítica mundial. Y ello incluso a costa de crear Estados fallidos por
doquier e intentar empantanar –bog down-
a rusos y chinos en fangales como los creados en Siria, Libia e Irak, sus
penúltimos ejemplos.
Es curioso que este pacto con británicos y
australianos, impulsado por Estados Unidos, sobrevenga apenas un mes después de
la onerosa retirada estadounidense de Afganistán, donde muchas miradas expertas
han visto un escalón más del declive geopolítico del país norteamericano. Sin
duda, el ritmo de las recientes decisiones políticas ha tenido en cuenta el
deterioro en la imagen mundial de los Estados Unidos y la Casa Blanca ha
querido paliarlo con esta medida de fuerza, un pacto político-militar con
potente base económica que, lejos de implicar una corrección de mera imagen,
alberga para el género humano un potencial bélico peligroso y preocupante.
Satanización de China
China está siendo sometida a una satanización
creciente desde los principales circuitos mediáticos, señaladamente los
dirigidos desde Washington. Y no porque en realidad China constituya hoy, según
numerosos observadores, un peligro militar para el conjunto de Estados de lo
que se venía llamando Occidente y que hoy quiere ser hegemonizado por su fracción
anglosajona. La Marina de guerra china tiene una entidad pareja a la de una
potencia media. Y la importancia geopolítica se mide aún hoy, como vemos en la
naturaleza del propio AUKUS, por el poderío naval. La política portuaria de
Pekín parece obedecer más a una estrategia comercial de amplio alcance que a
cualquier otra motivación.
Se trata más bien de que la adversidad hacia
China y su correspondiente demonización obedecen a que el capitalismo
financiero estadounidense, en su desmesurada avaricia y corrupción
transgrediendo todas las normas de limpieza, respeto al mundo del trabajo y
buenas prácticas, más su inducción perpetua de crisis catastróficas, ha perdido
la carrera de la competitividad en rubros tecnológicos tan importantes como la
informática, la telefonía, el comercio exterior o la deudo-tenencia. Y la ha
perdido en estos ámbitos a manos de China, cuya eficiencia se ha disparado,
creándole unos niveles de crecimiento que han frisado los rangos más altos
durante un empuje económico sin parangón en el mundo, con tasas que han llegado
hasta el 9,5% en el aumento de su Producto Interior Bruto. Y ello durante las
pasadas décadas.
Por otra parte, China es un país netamente
exportador. Tiene una enorme capacidad vendedora, que cuadra bien con la alta
capacidad compradora de Europa, a la que le interesa ese comercio. Mas el talón
de Aquiles chino el rubro económico-demográfico, es la baja productividad de su
población, al acceder a la vida laboral millones de jóvenes carentes de la
austera y disciplinada cultura de las anteriores generaciones maoístas, cuyo
esfuerzo generó las plusvalías hoy acumuladas por el país asiático. Asimismo,
las tasas del consumo interior son muy bajas. Y estas dimensiones, junto con la
asociada baja remuneración del trabajo en el campo chino, son indicadores
sustanciales que amortiguan grandemente el supuesto carácter superpotencial
atribuido al país de la Gran Muralla.
La hora de Europa
Como no hay mal que por bien no venga, puede
ser llegada la hora en la que Europa acometa la tarea de dotarse, a partir de
ahora, de una autonomía política, militar y diplomática propias, alejada de los
largos faldones de Washington fuera de los cuales, las élites políticas,
militares, diplomáticas y culturales del Viejo Continente no ha sabido vivir
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y, de paso, tal vez es ya hora de
ensayar, en clave europea, una emancipación plena del colonialismo cultural y
del voraz capitalismo financiero made
in usa, que
tantos estragos han causado en las élites y las economías europeas por sus
caprichos de casino, su escasa profesionalidad y su tremendo egoísmo. Reafirmar
la cultura continental propia sería una loable meta, rescatando la impronta
humanista del pensamiento europeo, tan abducido desde allende el Atlántico y
con tan magros resultados.
La confusión creada desde allí, por Ronald
Reagan y desde las Islas Británicas, por Margaret Thatcher, al identificar
desregulación de las mercados financieros con liberalización económica -cuando
se trata de conceptos distintos, incluso en ocasiones antagónicos-, impactó de
manera letal sobre ciertas élites políticamente seguidistas del Viejo
Continente, abducidas desde Wall Street. Por estos predios, el respeto a
nuestras propias dimensiones territoriales, así como a nuestras tradiciones,
nos ha llevado a dotar a nuestras economías de una impronta social, con
fundamentos más industriales que especulativos -como los que allí imperan-,
aquí basados en el respeto -siquiera formal- al mundo del trabajo, alejando el
modelo lo más posible de las caprichosas fluctuaciones bursátiles, tan caras a
las prácticas estadounidenses.
Forzar así un cerco a China, como parece
pretender este pacto, con aliados tan inestables como la Inglaterra de Boris
Johnson y la periférica Australia parece ser una nueva estupidez geopolítica a
las que tan a menudo en los últimos años vemos surgir desde la avenida de
Pennsylvania. Lo malo es que, de tales sandeces, suele derivarse un saldo de
miles de muertes, simas de destrucción y miseria que recaen sobre el bastidor
humano hacia el que aquellos planes militares ponen su foco.
Ójala en Estados Unidos, las gentes de bien
sean capaces de superar las tremendas convulsiones internas, en clave
guerracivilista, que afloraron durante el mandato de Donald Trump y que el gran
país norteamericano vuelva a adquirir la entidad democrática que su política
exterior y su quiebra interior, muestran hoy como desvanecida. El mundo
necesita que el país trasatlántico recobre el pulso de las naciones más
prósperas y civilizadas, no a costa de hostilidades y submarinos atómicos, sino
de nuevas y renovadas convicciones y prácticas democráticas.
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