Capitalismo y socialdemocracia | | Imprimir | |
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Escrito por Laureano gómez |
Jueves, 13 de Septiembre de 2012 09:55 |
Titulo: Capitalismo y socialdemocracia Septiembre de 2012 ¿Es preciso hundir el barco para salvarlo? Esta parece ser la tesis del gobierno actual español en su empeño de salvar al país de la crisis. Son precisas una serie de reformas “estructurales” que conllevan mas desempleo, menos inversiones, menos capacidad de consumo de las familias, en suma, medidas que empeoran la situación de crisis que se pretende superar, que impiden la salida de la recesión económica y generan, por el contrario, una menor capacidad recaudatoria de las administraciones publicas por la vía del crecimiento y con ello menos inversión publica, menos desarrollo y menos prestaciones sociales. Las consecuencias un empobrecimiento continuado de la ciudadanía sin esperanzas en el horizonte cercano.
Las medidas adoptadas a mediados de julio de 2012, entre las que se encuentran el incremento del IVA, certifican la inoperancia y falta de visión del ejecutivo al elaborar unos prepuestos generales absolutamente irreales y el fracaso de las medidas tomadas con anterioridad y dadas a conocer cada viernes después del Consejo de Ministros, medidas todas ellas que no han contribuido al crecimiento económico, ni siquiera a sostener en hundimiento de nuestra economía.
Estas medidas son justificadas por el gobierno como necesarias, cuando no obligadas por la Unión Europea, con objeto de generar confianza en los mercados. El milagro de la confianza, que no llega, fue una de las razones esgrimidas por el Partido Popular en el último proceso electoral para arrebatar el gobierno al Partido Socialista. Sin embargo ni la llegada de los populares al gobierno generaron confianza ni la están generando las innumerables medidas de recortes llevadas a cabo hasta la fecha con tal de aplacar al dragón, aunque lo que realmente se esta haciendo con estos recortes es justamente alimentar su sed de avaricia desmedida.
Así pues, el hundimiento es cada vez mayor y las continuadas afirmaciones de resistencia a las posibilidades de rescate de nuestra economía, no han sido sino muestras de la debilidad de un gobierno sin rumbo y atado a las voluntades de terceros, pero que aprovecha la coyuntura para avanzar de manera inexorable en la ideología neoliberal y ultraconservadora.
Realmente lo que esta en juego no es la recuperación de la crisis, sino donde se sitúa el momento de no retorno, aquel en el que la sociedad vera reducida a la nada toda su capacidad de actuación. La rapidez con la que se producen los acontecimientos y la gravedad de los mismos, esta sorprendiendo a la sociedad y llevándola a un proceso grave de paralización en el que el miedo es elemento determinante de gravísimas y extraordinarias consecuencias, alentado igualmente por unos medios de comunicación que no son sino meros observadores pasivos de los acontecimientos, cuando no en transmisores de la ideología dominante.
Durante las ultimas décadas se produjeron los acontecimientos socioeconómicos que mas influyeron en el desarrollo de las sociedades postmodernas y en los cambios de mentalidad de los ciudadanos que toda evolución radical lleva implícita, de manera que la nueva sociedad se consideraba instalada en un modelo de desarrollo irreversible, ajena a la visión de otro fenómeno que se venia gestando como un nuevo modelo económico que necesariamente había de influir en la sociedad democrática y que hoy, décadas después, contemplamos en el horizonte de manera atónita, porque se vislumbre como el fin de una época y el comenzó de otra de consecuencias impredecibles.
Las décadas de prosperidad económica, de acceso a las prestaciones del Estado benefactor han explosionado de manera precipitada a la vista de todos, las consecuencias de esta hecatombe se percibe como una involución hacia etapas ya superadas que se consideraban como definitivamente desterradas de nuestro imaginario. La ciudadanía había asimilado y asumido el nuevo status-quo como un modelo de acomodación de su doble vertiente de ciudadano y de trabajador del sistema, con independencia del sector productivo o de servicios, amparado en todo momento por el sistema democrático como instrumento de perpetuación del citado status y el Estado como garante del mismo.
El proceso de conversión de los trabajadores en miembros de las clases medias con diferentes niveles de capacidad de consumo, bajo la hipótesis de una serie de prestaciones de escaso coste en educación de los hijos, de prevención y asistencia sanitaria, seguridad social, jubilaciones, servicios sociales, culturales y de infraestructuras de comunicaciones, se ha interrumpido y se inicia el camino inverso de proletarización de los trabajadores.
La acomodación de las clases trabajadoras llevaba implícito un cambio de mentalidad hacia posiciones mas próximas al sistema capitalista, incuestionado, cuando no laudado como el mejor de los posibles, incluso por quienes por tradición histórica debieran ser los primeros cuestionadores del mismo, los partidos socialdemócratas europeos. Ahí se encuentran las causas del desconcierto, de la incomprensión y de la impotencia ante el nuevo escenario, no esperado y que resulta anacrónico con los tiempos modernos, al que siempre existen alternativas, pero cuya ejecución choca con un mundo globalizado en donde las acciones aisladas en un solo país no conducen sino al fracaso.
Quienes canalizaron el interés ciudadano en las décadas pasadas y consiguieron la transformación social no parecen estar en las mejores condiciones para poner en marcha alternativas a la situación que ellos mismos han contribuido a crear con políticas más cercanas al modelo liberal que al de la socialdemocracia. De ahí que estén invadidos, igualmente, por el desconcierto y la impotencia.
El capitalismo ha dado la espalda a la socialdemocracia y la ignora tras la desaparición de las condiciones que posibilitaron el paso al llamado “Estado del bienestar”, iniciado tras la segunda guerra mundial y que llego a España de manera tardía e incompleta por la persistencia de la dictadura franquista. Esta ruptura con el relativamente recién establecido modelo económico-social (apenas unas escasas décadas de vigencia) se inicia con la llegada del neoliberalismo que aboga por la libertad absoluta de los mercados, su desregulación y por la reducción del papel del Estado en la sociedad a nuevos mínimos.
La doctrina estaba creada, solo se precisaba llevarla a la práctica. Las condiciones son favorables, se estaba culminando el proceso de descomposición del régimen soviético y las políticas de los EEUU de Norteamérica y del Reino Unido están en manos de gobiernos conservadores. Son los años ochenta y noventa del siglo pasado. Es pues el momento de marcar el nuevo rumbo, se inician los procesos de liberalización de los mercados financieros, de adelgazamiento del Estado, de aminorar el poder de los sindicatos obreros y de minar la conciencia de clase.
Es también el momento para el pensamiento único, la caída del muro de Berlín, símbolo de la bipolarización del planeta, esta a la vuelta de la esquina (noviembre de 1989) y no hay resistencia posible al predominio de una sola fuerza hegemónica mundial, los EEUU de Norteamérica arropada por el poderoso Reino Unido y el resto de la Unión Europea de comparsa, incluidos gobiernos socialdemócratas, que no ponen reparos a la adopción de medidas orientadas hacia el nuevo rumbo, de ahí las privatizaciones en toda Europa, incluida España, de empresas pertenecientes a lo que entonces se consideraban sectores estratégicos.
Bajo la hipótesis de que la economía dispone de sus propias herramientas reguladoras se lanza una ofensiva contra el Estado desde el propio Estado que provoca su adelgazamiento, su no intervención en la economía global y en facilitador de las políticas en favor de los intereses del poder económico. En el Reino Unido la fiscalidad sufre un recorte de los tipos impositivos desde el 83% al 40% entre los años 1979 y 1986 (gobierno de Margaret Thather). Por su parte en los EEUU de Norteamérica los tipos impositivos pasan del 70% al 33% en el periodo comprendido del 1981 al 1986 (gobierno de Ronald Reagan).
En el Reino Unido se libra una de las batallas mas brutales contra el sindicalismo durante el gobierno conservador de Thatcher, como resultado de la cual los sindicatos quedaron debilitados, con una bajada en el porcentaje de afiliación del orden del 15% en tan solo una década y con escasas fuerzas para hacer frente a las políticas conservadores en curso. En los EEUU de Norteamérica y en el mismo periodo el sindicalismo, menos poderoso en aquellos lugares, bajo igualmente desde una afiliación del 20,5% al 12%.
Pronto el resto de países europeos emprenden medidas en la misma dirección en aras de no perder competitividad y de huir de los procesos de deslocalización de empresas. Como consecuencia se inicia un cambio en la distribución de la riqueza que comienza a provocar un empobrecimiento de la población asalariada. A nivel mundial lo que se produce es una acumulación de riqueza en un numero muy reducido de grandes fortunas, que acaparan la mayor parte de la riqueza mundial (una de cada diez personas se quedan con el 89% de la riqueza).
No había estallado aún la crisis del 2008 cuando Alemania emprende una serie de medidas (con el gobierno socialdemócrata-verde del canciller Gerard Schöder) que van a suponer el modelo a seguir para el resto de países europeos años después: reducción de las prestaciones por desempleo, flexibilidad en las condiciones del despido, un nuevo marco de relaciones laborales a nivel de empresa, congelaciones salariales, aumento de la edad de jubilación, copago sanitario y farmacéutico y una nueva bajada del tipo impositivo).
Es el inicio del desmantelamiento del Estado del Bienestar, por parte de quien debiera ser su mayor defensor, la socialdemocracia liderada en esos momentos en Europa por Schöder en Alemania y Blair en Reino Unido). Son los líderes de la nueva vía, de lo que podríamos llamar la liberalsocialdemocracia o neosocialdemocracia por similitud con el neoliberalismo en auge. Contrariamente a lo que la mayoría terminaron por creer, que los mercados financieros disponían de sus propios mecanismos de regulación, aparecen los estallidos de las burbujas financieras, tan ampliamente analizadas, en las que la ciega confianza en los mercados permite la compraventa de todo tipo de bien convertido en valor bursátil.
En contradicción con la filosofía del neoliberalismo, es el Estado quien tiene que acudir en defensa del sistema neoliberal para sacarlo de su propio atolladero y permitir que continúe caminando sin exigirle responsabilidad alguna por las consecuencias del desastre, que no lo ha sido para la economía financiera sino para la economía real.
Son ampliamente conocidas las razones que dieron origen a la crisis económica iniciada en los EEUU de Norteamérica y extendida a Europa y las consecuencias en la economía real y en la deuda pública y privada. Por ello no abordaremos esta cuestión, sino el aprovechamiento de la crisis para avanzar en el camino iniciado en las dos últimas décadas del siglo pasado.
Estamos en la década primera del nuevo siglo y lo que inicialmente parecía una crisis del capitalismo ha devenido en una crisis intencionada del Estado y de la democracia. ¿A dónde nos conduce esta situación?
La tendencia esta marcada, la acumulación de la riqueza hasta limites insospechados en un numero cada vez menor de propietarios contra una masa de población cada vez mas empobrecida, prestando su capacidad de trabajo por salarios paupérrimos, acudiendo a los servicios sanitarios, culturales y educativos en razón de su capacidad de consumo y un incremento del individualismo como objeto de salvación individual. En los momentos actuales el 10% de la población mundial acapara el 89% de la riqueza, siguiendo una tendencia ascendente. En los EEUU de Norteamérica por cada dólar ganado por el 90% de las rentas mas bajas, el 0,01 de las rentas mas altas obtienen 18.000 dólares, cuando esta diferencia, en el año 1970, era de 162 dólares.
En suma, nos dirigimos hacia una sociedad inversa, en la que la mayoría de los ciudadanos no cuentan, no participan y el Estado ha desaparecido como benefactor y garante de sus intereses, es decir, el concepto de ciudadanía ha perdido todo valor para convertirse en un simulacro y la democracia, igualmente invertida, en contradicción consigo misma, se pone al servicio de las minoritarias clases mas favorecidas enmascaradas en el anonimato de las finanzas y de los mercados.
El cuestionamiento de los partidos políticos como corresponsables de esta nueva situación ira alejando a los todavía creyentes ciudadanos del sistema democrático para arrojarles en la individualidad del sálvese quien pueda o al enfrentamiento definitivo con el sistema en un desesperado “basta ya”. ¿Será entonces el momento del despertar de una nueva clase política representante del colectivo mayoritario con la voluntad determinante de un cambio radical en favor de si misma?
La dialéctica izquierda-derecha como expresión del mensaje político ha perdido contenido en la medida en que gran parte del electorado no vislumbra con claridad la frontera entre ambos términos y aquellos que considerándose incondicionales de izquierdas no consideran como tales las políticas llevadas a cabo por aquellos partidos que dicen representar a esta corriente ideológica. Este desdibujamiento provoca la percepción de una inexistencia de frontera entre los representantes de una y otra corriente.
Esta confusión ideológica, que tiene sus orígenes en el nacimiento del neoliberalismo y la desviación de los partidos socialdemócratas hacia tendencias mas liberales, se hace patente en la situación actual en la que las políticas vienen impuestas desde ámbitos externos a la acción política, es decir, los mercados y todos aquellos que podemos considerar intervinientes de los mismo.
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